En su quinto cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir miró al pastel que su madre adoptiva había horneado para ella, y deseó que sus padres de verdad nunca hubieran muerto.
Parpadeó, y se encontró en una casa extraña con un hombre y una mujer a los que no había visto en la vida. El hombre gritaba a la mujer, que lloraba y se abrazaba las rodillas con fuerza. Había un cardenal en su mejilla, y se acunaba hacia adelante y hacia atrás, soportando una montaña de abusos que su torturador no dejaba de amontonar sobre ella, vociferando y despotricando sin parar.
En su sexto cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir gimió y se cubrió los oídos al oír el grito de su madre, y deseó que nunca hubiera pedido aquel deseo que pidió el año anterior.
Parpadeó de nuevo, y se halló de nuevo en el hogar de acogida. Volvía a ser su quinto cumpleaños, y su madre adoptiva esperaba a que soplase las velas.
Y así lo hizo. Aquella vez, decidió que pediría un poni.
En su (segundo) sexto cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir achuchó su poni de peluche preferido y deseó tener diez mil amigos.
Parpadeó, y de repente se dio cuenta de cuantísima gente eran "diez mil." Se preguntó cómo iba a encontrar un pastel lo bastante grande para darles de comer a todos.
Y entonces tuvo un pastel lo bastante grande como para alimentar a todos sus amigos, pero entonces aparecieron personas enfadadas fuera de su casa que intentaban derribar las paredes para coger un trozo de su pastel, porque era el único pastel que quedaba en el mundo y todos tenían hambre.
Volvió a parpadear, y se vio de vuelta en su hogar de acogida, mirando a aquel pastel pequeño y normal, rodeada de esos seis que decían ser sus amigos pero que no lo eran.
Sopló las velas una segunda vez, y esta vez, decidió pedir un vestido de princesa de las hadas.
En su séptimo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir se puso su diadema favorita de princesa y sopló las velas (con su poni de peluche preferido sentado encima del armario, en un lugar de honor, pero ya estaba muy mayor para llevar un peluche a todas partes.)
Como no sabía qué pedir esta vez, no pidió nada.
Y entonces vio al hombre anciano que se sentaba al pie de la mesa, donde no debería haber nadie. Tenía pelo gris que ya clareaba, y sonreía mientras se ponía en pie, apoyándose con pesadez en su bastón.
- Ven conmigo -dijo-. Creo que estás preparada para tu primera lección.
Cogió su mano, y él se la llevó de su hogar de acogida a un mundo diferente.
En su octavo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir aprendió de los Caminos.
- Son los Lugares Entre Lugares -explicó el Profesor-. Son la forma en que vamos de los Lugares que Son a los Lugares Que Podrían Haber Sido.
Cuando lo dijo, Sigurrós Stefánsdóttir entendió perfectamente lo que quería decir. Frotó con la mano la entrada a las alcantarillas de Los Ángeles que había en mitad de aquel cruce, y trepó a través de ella para entrar en un lugar lleno de libros y aprendizaje.
- Feliz cumpleaños -dijo el Profesor-. Es el momento de conseguirte una Tarjeta de Socia de la Biblioteca.
En su noveno cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir conoció a La Zorra.
Todos hablaban de La Zorra en mayúsculas. No estaba segura de cómo o por qué pasaba, o de cómo se podía hablar en mayúsculas, pero lo hacían.
La Zorra era una mujer alta y hermosa con ojos como dagas y dientes como cuchillos. Sonreía a Sigurrós Stefánsdóttir y se lamía los labios con el hambre cruel de quienes ansían la carne.
Pero Sigurrós Stefánsdóttir no tenía miedo. Nadie le haría daño mientras estuviera en la Biblioteca. Los Docentes no lo permitirían.
Pero eso no era cierto siempre. Más adelante, Sigurrós Stefánsdóttir oyó que unas personas habían disparado a La Zorra mientras intentaba despellejar y comer gente a la que, por algún motivo, le encantaba disfrazarse de animales. Algunas personas se sintieron muy tristes cuando oyeron que esto había ocurrido.
- Verás -explicó pacientemente la Señora Medianoche-, incluso aunque no fuera una persona muy agradable, ella era la Última Zorra. Siempre es muy triste que algo desaparezca del mundo.
En su décimo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir aprendió de los errores.
Había estado mirando al cielo, y se había preguntado cómo sería si, en lugar de azul, fuese rosa. Y entonces lo fue.
Asustada, intentó devolverle su color azul, pero nunca acertaba del todo con el color. O era demasiado oscuro o demasiado claro, o demasiado verde o demasiado violeta, o demasiado brillante o demasiado mate. Para cuando El Profesor lo arregló, ella ya estaba llorando.
Creía que le reñiría por haber estado a punto de echar a perder el cielo para siempre, pero el Profesor era amable.
- Nos pasa a todos de vez en cuando -explicó-. Lo que importa es aprender devolver las cosas a su lugar.
Algunos hombres vestidos con trajes negros vinieron unos días más tarde, y hablaron mucho tiempo con El Profesor. Parecía muy molesto por aquellas visitas, y murmuraba mucho para sí, pero al final todo pareció salir bien.
En su undécimo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir conoció al Hombre Ukelele.
Vino a la Biblioteca con un maletín y algunos papeles, y a pesar de que no le caía bien a ninguno de los que vivían en la Biblioteca, le dejaban en paz. Se sentó con ella en una de las habitaciones anexas, donde le preguntó muchas preguntas e hizo muchas cosas extrañas, como pedirle que cogiera un lapicero que había tirado él mismo de la mesa, o pedirle, muy de golpe, cuántos amigos tenía.
Sigurrós Stefánsdóttir siguió el consejo de su Profesor y dijo la verdad cada vez. Cogió el lápiz ella misma, porque el Profesor le había enseñado que una debía ser tan normal como fuera posible, porque eso daba menos problemas a los demás.
El Hombre Ukelele parecía satisfecho con todo aquello. Después habló con El Profesor, y luego se dirigió a ella para decirle que era una "Fase Dos, en Transición a Tres, con pocas probabilidades de Cuatro." Que significaba algo importante. También dijo que le habían designado "Nivel de Respuesta 1," le dio una palmadita en la cabeza y le dijo que feliz cumpleaños.
El Profesor parecía muy aliviado cuando el Hombre Ukelele se marchó, y le dio un abrazo y entonces fueron a tomar pastel con todos sus amigos.
En su duodécimo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir le dio un beso a un chico.
En su decimotercer cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir decidió probar ser un chico y darle un beso a una chica.
En su decimocuarto cumpleaños, Stefán Sigurrósson decidió que prefería ser una chica, después de todo.
En su decimoquinto cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir empezó a preguntarse de si aquello del "sexo" del que hablaba la gente merecía la pena de verdad.
Poco tiempo después de su decimosexto cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir y ese chico tan agradable al que había besado cuatro años antes pudieron enterarse del todo de aquello del "sexo."
Para su decimoséptimo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir se había aburrido de esto del "sexo" y decidió probar todos los demás pecados capitales por orden, a ver si eran tan divertidos como parecía pensar la gente. Empezó con el Orgullo.
Justo antes de su decimoctavo cumpleaños, Sigurrós Stefánsdóttir había probado cada uno de los pecados conocidos por la humanidad (y unos cuantos más que todavía no habían sido descubiertos) y se había aburrido de todos ellos. Así que probó las virtudes, empezando por la Caridad.
Al llegar a los diecinueve, cada virtud se había vuelto aburrida pare ella, particularmente porque resultaron ser mucho más duras de lo previsto. Podría haberlo hecho con un mero gesto, pero las lecciones de su Profesor le habían inculcado que el hacer así las cosas causaría más problemas para quienes no eran como ella de los que merecían la pena arreglar. Así que decidió abandonar virtudes y vicios y probó con la sabiduría.
A los veinte años, Sigurrós Stefánsdóttir había aprendido todo cuando podía saberse, y empezó con aquellas cosas que eran Imposibles.
Un poco antes de los veintiuno ya tenía lo Imposible bastante bien aprendido. Brindó por el comienzo de su investigación en Todo Cuanto No Existía con su primera bebida como adulta reconocida por la ley.
Siguió forcejeando con Todo Cuanto No Existía cuando cumplió los veintidós, y los veintitrés, y los veinticinco, los cincuenta, los setenta, los novecientos, los dos mil y los cuatro mil millones, y así fue hasta el final, cuando el mismísimo tiempo había perdido todo sentido para ella y un año tenía para ella la importancia de un parpadeo.
Sólo cuando decaía el último protón del universo, cuando no quedaba nada más que un vasto vacío lleno de nada, Sigurrós Stefánsdóttir alcanzó el final de su búsqueda y se sintió en paz.
Tanto el instante siguiente como una infinita sucesión de eternidades más tarde, Sigurrós Stefánsdóttir se aburrió. ¿Y de qué servía saberlo todo y nada si no había nada que hacer con ello?
Buscó por la nada interminable hasta que halló un lugar que era un poco menos nada que el resto. Allí, decidió, empezaría a crear nuevos todos y nuevas nadas con las que experimentar, de las que aprender.
Con una palmada de unas manos que ya no poseía trajo de vuelta la realidad a la existencia. El tiempo, inmóvil como un reloj sin cuerda desde tiempo atrás, volvió a empezar. Se rompieron las simetrías, dividiendo lo que había sido Puro Equilibrio en Lo Que Es y Lo Que No Es por segunda-tercera-millonésima-infinita vez.
Cerró sus ojos metafóricos, y los abrió un trillón de eones más tarde, un trillón de eones y un año más tarde, para sentirse a sí misma siendo alejada del calor y la oscuridad, al seno de un mundo de luz fría.
Y así pasó Sigurrós Stefánsdóttir su primer cumpleaños.