Creek Wood, 31 de octubre de 2018
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Creek Wood, 31 de octubre de 2018, 6:00 P.M.

En algún punto de la costa Oeste de Estados Unidos, en una ciudad llamada Creek Wood, tenía lugar un Halloween particular. Eran las seis de la tarde, el sol se estaba poniendo lentamente y las pandillas de chiquillos disfrazados de superhéroes, duendes y demás criaturas se paseaban por las calles con el tradicional "Dulce o Truco" esperando llenar sus bolsas con golosinas. Los tradicionales adornos en forma de calabazas con velas decoraban los frentes de varias casas, además de otros adornos de la festividad.

Era el último año de estudios que compartían, a unos meses de la graduación, un momento esperado, a la vez rehuido. Ya el próximo año el mundo esperaría todo de ellos, ya no habría lugar para bromas o para hacer desmanes, este año debía ser la despedida con todo. La pandilla la formaban cinco almas soñadoras, disfrazadas de acuerdo a sus gustos.

Phil al estilo James Dean con campera de cuero, vaqueros ajustados además del cabello cubierto de grasoso gel iba a la cabeza, llevando colgada de un hombro una mochila abierta donde asomaban un par de rollos de papel higiénico; Charles disfrazado de esqueleto al estilo de los villanos de Karate Kid iba a su izquierda con su rostro pintado de blanco y negro, en una mano llevaba un pack de seis latas, en la otra una bolsa de mercado con unos cuantas cajas de huevo no tan frescos; Amira iba del lado derecho de Phil con un disfraz de bruja, con el sombrero picudo, labial y sombra de ojos morado y un vestido corto que dejaban ver unas piernas cubiertas por medias de malla, en su espalda llevaba una mochila un poco vieja; Dan iba tras ella, su disfraz consistía en únicamente una flecha de utilería atravesando su cabeza, llevaba el uniforme de la escuela de color azul con blanco y un águila mal gestada de color rojinegro en su espalda, llevaba sus manos en el bolsillo y un andar despreocupado; el último era Marcus, con su cuerpo atlético cubierto por un disfraz de hombre araña negro con una gorra de color rojo en la cabeza, también llevaba una mochila pequeña en su espalda.

En la escuela secundaria tenía lugar la fiesta de disfraces bajo la mirada atenta de los preceptores, evitando comportamientos inapropiados a sus ojos, sin embargo, lejos del bullicio, lejos de la música empalagosa y de los juegos novedosos en los años ´70, una pequeña pandilla se dirigía hacia el cementerio, a festejar a su manera ya que sabían que era su último Halloween juntos.

Por obligación asistieron, fueron y se acomodaron en una esquina ocultando bien su contrabando en un seto en las afueras del salón decorado de naranja y rojo. La música era genérica, no había alcohol y los púberes hablando sobre los juegos que saldrían en la navidad quitaban el ambiente que buscaban. Tampoco podían darse el lujo de ver Twitter o Instagram. No celulares, era la única norma que acordaron que cumplirían. Esa noche era de ellos y de nadie más. Pasadas las nueve de la noche la fiesta se fue apagando y aprovechando que la multitud se retiraba, escaparon por detrás del escenario donde la banda amateur hacia un espectáculo mediocre.

El quinteto se movía por las calles, contándose algunos chistes tontos y chismes de la cafetería, aunque preferían no hablar demasiado de la escuela ya que les deprimía. Había sido su costumbre desde que tenían 13 años hacer las "travesuras" a gentes con las que sabían que no esperarían represalias, sea la anciana que vive sola al final de la calle, sea el solitario que vive al borde de la ciudad. En estos cinco años de sus hazañas resultaron indemnes, salvo algún llamado de atención de la policía a sus padres. Pero antes de empezar su ronda iban a hacer una parada especial al cementerio.

Parte del ritual de Halloween que hacían todos los años era ir al cementerio de la ciudad y levantar un pequeño campamento para contarse historias extrañas y escalofriantes, aunque siempre terminaban estallando en carcajadas. Lo normal era que luego de esa acampada hacían algunas travesuras aprovechando el anonimato, lanzar huevos podridos a los autos, empapelar los arboles de algún vecino odioso y otras fechorías típicas de los adolescentes deseosos de mostrar su valor y osadía. Sin embargo, este no era un año como los otros, este era de una forma u otra, este era el último año en que compartirían aventuras.

Era el último año que iban a estar juntos, después estarían lejos, muy lejos unos de otros. Con suerte dos de ellos seguirían en el pueblo al año. Este año tenía que ser la gran despedida. Una noche en la cárcel podía ser lo peor que recibieran. Pero las experiencias quedarían para toda una vida, y los antecedentes penales, aunque ellos no pensaban eso en aquel momento. Esto era mejor que la fiesta que se estaba gestando en la preparatoria, un simulacro de fiesta de disfraces con el director y demás maestros observando que no se produzcan escenas indecorosas. Para niños de 12 o 13 años estaba bien, para jóvenes a punto de pasar la adultez, era demasiado poco.

Empezaron cerca de las diez de la noche, luego de saltar la baja valla perimetral, lanzando los rollos de papel higiénico sobre los cipreses fúnebres que rodeaban perimetralmente al cementerio. Los cipreses siempre verdes ahora estaban decorados con una serpentina de celulosa blanca, perdiendo parte de su solemnidad. Tampoco se salvó el sauce llorón ni un par de robles que sus ramas desnudas ahora retenían tan poco decoroso adorno.

Luego fue el turno de las lapidas, sobre todo las más viejas, enmohecidas y deterioradas. Como si no fuera suficiente el paso del tiempo, ahora soportaban una pequeña competencia de tiro al blanco con huevos fermentados bajo un radiador. Una capa desagradable de yema y clara rancia cubría ahora los nombres de gentes muertas hace décadas, mientras las risas y los autoelogios tenían lugar en aquella noche. Cuando los huevos se acabaron, siguieron las latas de cerveza vacías que haciendo un sonoro "clunc" golpeaban las lapidas viejas. Eran pocos minutos pasadas la medianoche, era el momento de ir cerrando ya la fiesta. Sentado en círculo, en un punto algo acogedor de un cementerio, el grupo celebraba con barras de regaliz rojo y oscuro y por supuesto, alcohol.

— De acuerdo, de acuerdo, ya casi se nos acaba la cerveza así que vamos a las historias. ¿Quién arranca? — pregunto Dan con el entusiasmo del alcohol decorando su voz.

— !Yo¡ Y traje algo especial para poner en ambiente todo.

De su mochila, la joven disfrazada de bruja sin aviso previo colocó en medio del círculo un cráneo blanquecino. Su aspecto sombrío y el blanco apagoso de sus dientes apagaron las risas súbitamente, un escalofrió recorrió más de una espalda en aquellos momentos. Marcus, el joven disfrazado de hombre araña negro fue el primero en romper el silencio.

— Oye… ¿de dónde demonios sacaste la calaca? Carajo, sí que sabes matar el momento mujer.

— Es Halloween, además no te asustará un hueso viejo ¿no?

El sentir miedo habría sido una afrenta a su valentía, por lo que simplemente con resignación se decidieron permanecer allí. Además de que estaban ya en un cementerio, rodeados de decenas si no centenares de huesos.

— Supongo que es legal ¿No?

— Mas o menos, o sea sí, es del estudio de mi padre, pero la tome prestada sin avisarle… Mañana estará en su despacho como si nada, je.

— Como sea… - dijo Phil llevando la lata de cerveza a sus labios arrojándola contra una tumba haciendo un sonoro "clic" — Entonces, ¿Qué historia es la que nos contaras? ¿Leíste algo en ese club de raros tuyos que navegan por internet?

La joven hizo pucheros un momento cambiando súbitamente a una sonrisa pícara.

— No, esta me la contó mi prima, la que vive en Nueva York. Y paso el año pasado nomas, así que es fresca…

— Aquí vamos… — dijo Charles mientras empezaba a sacar los rollos de papel higiénico de sus paquetes, listos para ser arrojados en un momento.

— Bueno, bueno. Resulta que hace un año una chica llamada Coronel desapareció. ¿Se acuerdan? Salió en los diarios e incluso las maestras dieron charlas a las chicas sobre cómo cuidarnos y eso…

— Si, por poco nos ponen a nosotros en la misma bolsa que esos pervertidos. — dijo Phil con cierto tono de amargura, odiaba ser tildado justamente de eso.

— ¡Dejen de interrumpir y escuchen! Bueno, como decía, a esta chica Coronel la mataron y la violaron en un club y luego estos chicos no van a prisión. Los típicos niños ricos pretenciosos que se salen con la suya. O eso creían…

Tomando una linterna se ilumina el mentón, dando un aspecto extraño a su rostro.

— La cuestión es que, ellos son declarados no culpables. Por lo que los estaban dejando ir. Y había alguien observando todo desde lejos. La hermana de esta chica muerta. No sólo era su hermana, era su amiga, su compañera de vida, compartieron momentos buenos y malos. La chica está se volvió loca al escuchar las palabras del juez, al ver la cara burlona de los abogados, al ver como el rostro de los cinco pasaba del miedo al alivio. Ella clamó venganza.

Un ventorro súbito golpeo al pueblo de Creek Wood, afectando directamente al pequeño cementerio. Las copas de los árboles se mecían amenazadoramente, agitando sus ramas como si lucharan por librarse del papel higiénico que arruinara su porte sombrío y majestuoso, una pequeña risa nerviosa salió del grupo.

— Sigue Amira, antes de que venga una tormenta — dijo Charles llevando la lata a sus labios.

— Si… Paso un año, ellos se cambiaron de colegio, del caso no se habló más, era algo tabú. Y la hermana de esta chica se puso a ver… Cosas. Libros sobre demonios, ángeles, espíritus descarnados, dioses antiguos, todos aquellos llamados para la venganza. Entró a foros de ocultismo y rezó e imploró a muchas cosas y nombres. Y sus plegarias fueron oídas. Algo escuchó su llanto, sus ruegos y lamentos. Estaba más allá de este mundo y a la vez vive dentro de nosotros. Lo llamaban el Fantasma de la Venganza, o eso creo. Un espíritu inmundo que toma la forma de una víctima y hace desaparecer a sus victimarios. Es celta o romana, no sé.

» Ellos fueron desapareciendo, uno a uno, pero no era el hecho de que desaparezca, sino como lo hacían. Uno estaba en el gimnasio, entro a las duchas y desapareció. Otro estaba encerrado en su habitación y se esfumo, y en una semana desaparecieron todos, sin dejar rastro, ni nada. Pero a los días, unos hombres de negro fueron y exhumaron el cuerpo de esta chica. Se llevaron todo y desaparecieron. Dicen unos que eran del FBI, otros que eran de la CIA, los más locos dicen eran de una agencia secreta del gobierno o de la ONU que descubrieron algo…

Un silencio incomodo, sólo interrumpido por el viento que aullaba furiosamente sobre sus cabezas, unos nubarrones de a poco iban cubriendo la luna y las estrellas.

— La cuestión es que, la hermana de esta chica se vio enlazada con este espíritu que no entiende de razones ni lógica. Es pasión, pura pasión desmedida. El espíritu estaba olvidado hace años y ahora volvía a este mundo, y no quería irse. Entonces está chica ahora está obligada con este espíritu a cumplir venganza contra los malvados, defendiendo a los que no pueden defenderse, no por un sentido de justicia, sino porque el espíritu quiere saciar su hambre de venganza…

Una vez terminada la historia sólo siguieron un par de aplausos con cierto tono sarcástico.

— Buena historia Amira, estuvo un poco "meh" pero al menos estuvo entretenida. Aunque me gustan más las de vampiros y hombres lobo. — Dijo Dan con cierto tono de burla.

— Es verdad les digo, mi prima y sus compañeros de escuela están asustados.

— Sí, sí, las historias de tu prima… Por cierto, parece que viene una tormenta, el viento está soplando fuerte. Diría que terminemos la velada en el garaje de casa. Levantemos las cosas y vámonos.

— Si, tienes razón. Por cierto, ¿dónde está mi calavera?

— Dentro de tu cabeza — contesto Charles entre risas pateando una lata vacía a un matorral.

— En serio chicos, ¿dónde está esa calavera? Es de mi papá y no quisiera que se enteré siquiera que la tomé.

— Estaba con nosotros mientras nos contabas la historia, quizás el viento la hizo rodar por aquí cerca — racionalizó Marcus — sola no se fue volando.

— Vamos… ayúdenme a buscarla. No puedo volver a casa sin ella.

El pequeño grupo de disfrazados procedió a buscar y rebuscar entre las malezas y demás restos de basura el cráneo desaparecido, siendo su búsqueda vana. A medida que pasaban los minutos el viento se iba cada vez más violentando y el cielo se iba cubriendo de una capa de nubes rosadas. Y la paciencia de los varones se iba agotando.

— Maldición Amira, ¿no podemos sacar una del osario y dársela a tu padre? — preguntó con cierta frustración en su voz Dan con las manos sucias de tierra mohosa.

— Esa calavera es su recuerdo de la facultad de medicina. Además la hizo grabar en la base, imagina que dirán la policía mañana cuando vengan aquí y la encuentren.

— ¡Diablos! — Exclamó exasperado Phil, con el cabello cubierto de gel y algunas hojas y tierra del cementerio. Luego de respirar un momento, ya más calmó pensó, y hablo. — De acuerdo, no nos podemos ir sin esa maldita calavera, el viento sopla fuerte y puede estar en cualquier lugar entre estas criptas. Así que lo mejor es que nos dividamos así cubrimos más terreno. Charles y Amira conmigo, veremos al norte. Dan y Marcus, verán el sur. Vamos gente, mientras menos tardemos más pronto nos iremos a casa.

En otras circunstancias posiblemente habrían discutido sobre la repartición de los equipos, sin embargo la cara poco amigable de Phil y el rostro a punto de estallar en llanto de Amira, anularon cualquier intento discusión. Apenas se había separado cuando desde el aire, sobre sus cabezas, les llegó algo.

La melodía era suave, pareciendo un ulular hecho por una voz femenina. Sonaba como un "laralá lala larala, laralá, lala, lalala" que procedía de ninguna dirección específica y de todas a la vez, a veces sonaba cerca y otras sonaba lejos. Un verdadero sentimiento de terror corrio por sus espaldas. Aquello fue demasiado para Dan que se deshizo de la flecha de utilería de su cabeza.

— Al carajo con esto, me largo de aquí. — dijo separándose del resto.

— E-espera, estamos en esto juntos — dijo Marcus intentando frenar a su amigo, siendo empujado de un manotazo hasta hacerlo caer al suelo, ensuciando su traje de spiderman con barro y tierra verdosa.

— Ustedes lo dijeron, está es la última vez que nos vemos. Así que, al carajo con ustedes, yo me voy de aquí y prefiero la cárcel antes que pasar un minuto más aquí.

— No hagas esto Dan, seis años llevamos haciendo esto, es sólo el ruido del viento contra los cipreses, no me digas que te dan miedo el sonido de unos jodidos arboles — dijo Phil con cierto tono autoritario.

El inconveniente de esta afirmación era que aparte de aquel canto sonaba el silbar de los cipreses, dando más misterio al origen de aquella voz.

— Jodeté Phil con tus órdenes, jodeté Charles, jodeté Marcus y sobretodo jodeté Amira. Trajiste esa basura con nosotros y la cagaste. Es su problema, yo me lavo las manos de esto. Adiós.

Sin poder hacer nada más, las cuatro figuras con linternas en mano se quedaron en silencio, silencio interrumpido por el ulular que flotaba caprichosamente en el aire.

— De acuerdo, Charles y Marcus por el sur, Amira y yo por el norte. Nos encontramos en media hora aquí.


Dan

El muchacho se movía entre las tumbas viejas dando pasos apurados. El viento golpeaba su cara obligando a cerrar sus ojos. El extraño ulular sonaba lejos, pero aún persistía, como si luchará por hacerse oír. Parecía que mientras más luchaba por salir de allí, más y más tumbas se encontraban allí. Su consuelo fue ver la arboleda perimetral acercarse.

Pero su consuelo se tornó en horror al acercarse.

El papel higiénico que habían arrojado hace apenas un par de horas tomaba formas caprichosas y extravagantes. Sea por el viento y las ramas, sea por el alcohol ahora en su cerebro, las tiras de papel ahora tomaban el aspecto de mortajas deshilachadas, figuras de pie contra los árboles o acurrucadas en las lapidas. El sonido de los cipreses contra el viento sonaba distinto a aquel ulular, pero no necesariamente menos horroroso.

Sin embargo, tras esos árboles estaba la muralla, y tras esa muralla estaba la calle que llevaba al pueblo. Menos de 20 metros le separaban de la ansiada libertad.

Haciendo aplomo y llamando al coraje, Dan corrió entre las lapidas, evitando los caprichosos manojos de papel y las amenazantes ramas de los árboles que se agitaban furiosamente, como si quisieran golpearlo. Cruzó con éxito el patio de lapidas, atravesó las copas de los robles y la primera hilera de cipreses. Algo le agarró por el borde de la chaqueta, lanzando un grito de terror.

El valor se fue, el pánico le invadió. Correr, huir, era todo lo que tenía en su mente. De un tirón se deshizo de su chaqueta de color azul, blanco y rojo y empezó a correr hacía la muralla, preparando sus músculos para dar el salto a la libertad. Lo que el creyó que era una tira flotante de papel higiénico arrojada contra él desde el árbol cercano demostró una resistencia demasiado elevada. Parecía más bien una tira de seda que de débil celulosa. La tira blanca aprisionó su cuello, bloqueando su tráquea, envolviéndose cada vez más como si una voluntad diabólica controlará aquel material.

Quiso gritar, pero sentía sus pulmones estallar al no poder liberar el aire atrapado. De a poco empezó a elevarlo, pulgada a pulgada, rompiendo ramas con los manotazos y patadas que lanzaba. Sus ojos se pusieron rojos al reventar los capilares de sus ojos. Lo último que vio fue una forma agazapada, entremezclada con las copas, con su mortaja de color carmesí.


Charles y Marcus

Los dos jóvenes escucharon el grito lejano de Dan. Luego el silencio interrumpido por el ulular.

— ¡Dan! — Grito Marcus siendo detenido por un empujón de Charles, con su disfraz de esqueleto.

— Olvídate de Dan, nos dejó a nuestra suerte. Además, ya debe estar saliendo del cementerio…

— ¿Y por qué gritaría? Quizás se cayó en una tumba abierta por ahí.

— Busquemos esa calavera y una vez la tengamos, buscaremos a Dan. Una cosa a la vez Marcus.— dijo Charles con cierto nerviosismo en su voz.

Dan iba a decir algo, pero un olor penetrante y nauseabundo llegó a su nariz súbitamente. El olor era tan intenso que le hizo vomitar, haciendo lagrimear sus ojos aquel desagradable aroma. Era el olor similar a los huevos podridos que habían lanzado hacía unas horas, sólo que mucho más potente. Entre toces, apenas podían hablar, pero la decisión era absoluta. Debían irse de allí.

— Va-vámonos de aquí… busquemos a James y Amira… — dijo ahogándose Marcus mientras se apoyaba contra las lapidas.

— Si… No deben estar lejos, fueron al norte creo…

Antes de que pudiera terminar de hablar Charles sintió que se iba hundiendo súbitamente en el terreno. Una legión de manos, mejor dicho garras y zarpas, tomaron sus tobillos y pies arrastrándolo de forma rápida. Los dedos esqueléticos y putrefactos se hundían sobre la carne blanda del joven, desgarrando la piel y el ropaje de esqueleto que usaba, quiso gritar pero no pudo, ya que había sido, literalmente, tragado por la tierra en apenas unos cuantos segundos. Marcus, horrorizado, no pudo sino arrojar su máscara que le dificultaba la visión lanzándose a correr lejos.

— ¡Chicos! ¡Ayuda! — corría gritando presa del terror. No pudo ver quién o qué golpeo a su amigo. Quien o que sea lo que lo golpeo, lo hizo desde atrás, aprovechando la distracción. A lo lejos escucho la voz de Amira, le llamaban a él y a Charles.

Una sombra pálida, rodó frente a él haciéndole caer sentado. Un manojo de papel y ramas salió volando, similar a una planta rodadora, golpeando algunas lapidas viejas aún anchadas de albumina rancia. Se levantó, preparándose para continuar su huida de aquel que les merodeaba. Una cuchilla horriblemente afilada sostenida por una figura carmesí terminó su existencia antes de que terminará de incorporarse…


Phil y Amira

Amira al fin había estallado en lágrimas y Phil la consolaba, hundiendo sus dedos en su cabellera negra. Ambos estaban parados sobre el patio de lapidas antiguas, un tanto lejos de la arboleda. El ulular sobre sus cabezas erá más intenso que antes.

— Esto sólo podía terminar así… — dijo al fin Phil con un tono sombrío, sin dejar de abrazar a la joven, sus ojos estaban cerrados, no se atrevía a abrirlos por miedo a ver aquello por lo que vinieron.

— Pero… pero son nuestros amigos, los conocemos desde los doce años o antes, ¿Por qué ellos?

A lo lejos se escuchó el grito de Dan, en dirección a la arboleda. Luego le acompaño el grito de Marcus llamando a su amigo.

— Y por eso debemos entregarlos, debemos entregar aquello que amamos para saldar la deuda.

— Pero son sólo tres, necesitamos cinco para terminar esto…

— No, sólo necesitas uno….

A lo lejos se escuchó el grito de Marcus, corriendo hacía ellos, presa del pánico. Amira contesto llamándole, sólo para ser detenido su llamada por las poderosas manos de Phil.

— No, esto es tuyo y sólo tuyo. Yo ya no puedo vivir así, no sabiendo que paso… No puedo vivir sabiendo que le hicimos a Charles, Dan y Marcus.

— No… Carmen lo invocó, seguro ella puede pararlo…

— ¿No leíste el libro conmigo? Si no se salda la deuda antes del amanecer de hoy, la deuda debe ser pagada por el familiar próximo… ¿quieres que tu hermana pequeña pase por esto? ¿O tus demás primos?

En silencio, la joven maldijo a su prima que había invocado a una calamidad que la arrastró a ella y no sólo a su familia, sino a sus amigos, a terminar de saldar una deuda que, de una forma u otra, debería de terminarse de pagar. Las lágrimas corrieron sus mejillas corriendo el rímel, dándole un aspecto lamentable.

— Phil, yo….

Un dedo se posó en sus labios pintados de morado. Una sonrisa triste se pintó en el rostro de aquel joven.

— Al comienzo no te creí. Pensaba que eran como esas creepypastas y demás tonterías de internet, además de ese libro tuyo de mitos. Pero luego me mostraste las fotos que te mando tu prima, luego los sueños, luego… No. Sí este es nuestro último momento juntos no hace falta revolver está mierda, déjame disfrutar tu rostro una última vez.

— Phil…

Sin darle tiempo de reaccionar él hizo chocar sus labios con los de ella. Ella entrelazó sus dedos en aquel cabello cubierto de gel mientras tenía sus ojos cerrados, quería disfrutarlo, al menos una última vez. Luego sintió algo pesada la carga de sus manos. Al abrir los ojos notó el cuerpo tendido del joven y sostenía en sus manos la cabeza del joven.

—…

Detrás de ella sintió una presencia, un algo, que se acercaba lentamente. Los pelos de su espalda y nuca se erizaron. Tenía miedo incluso de respirar. Sintió muy dentro de sí, un impulso primitivo le decía que corra, que huya, que se esconda de aquello. Lo que había leído en aquel libro decía que debía quedarse quieta, no volverse a eso ni hablarle. Su andar era torpe, arrastraba sus pies sobre la hojarasca, lo único que hacía era su horripilante ulular que, mientras más le prestaba atención, menos humano sonaba, como si fuera algo que se esforzará torpemente en aparentar ser algo que no era. Sintió un golpe seco una lápida de atrás y luego silencio. Un silencio y quietud enervante, la sensación de terror seguía, concentrada en su espalda baja, como si esperara un golpe o algo. Entonces hizo algo que probablemente se arrepentiría, algo que según leyó, sólo traería calamidad a su vida. Ella le hablo a eso.

— Cu-cumpliré el pacto de Carmen. Antes del amanecer recibirá su pago.

Algo sintió que se agito, una extraña vibración en el aire. Ahora estaba Amira sola con aquel ente extraño, con el silencio interrumpido solamente por el viento. Un sonido hueco, cascado e inhumano sonó tras de ella. El terror era demasiado, incluso mojó su ropa interior. Parecía que la cosa tras de ella hablaba, una lengua extraña, una lengua de demonios. Su tonó parecía apremiante y amenazador. No entendió ni una palabra, pero el mensaje era claro. Debía cumplir lo que había dicho.

El ulular retornó y nuevamente se alejó arrastrando los pies como una vieja, moviendose torpemente de nuevo hacía los sepulcros. Cuando pasarón los minutos y sintio el ulular mucho más suavemente la prudencia dio lugar a la curiosidad y se dio vuelta para ver que era.

Estaba a menos de treinta metros, iluminada por una luna llena que se resistía a desaparecer tras las nubes. Medía poco más de un metro y media de alto, su espalda era jorobada y sobre su cabeza usaba una especie de bonete o sombrero picudo de color carmesí envuelto en tiras de color blanco. Su mano derecha apoyada sobre un monolito era de un tono azulado o violáceo con dedos anormalmente largos. De la manga de la mortaja roja que usaba en su brazo derecha salía una simple hoja del color del bronce, manchada con la sangre de sus amigos. Su andar era lento, apoyándose en las tumbas, pareciendo una anciana, pero había algo en sus movimientos que decían que era una simple actuación, como si luchará por contenerse.

Al doblar el ser hacía uno de los mausoleos Amira pudo notar parte de su rostro. Su boca estaba abierta de una forma inhumana, como si su maxilar se hubiese derrumbado, el color de la tez era similar a su mano, de un color morado o azulado. Unos cuantos mechones blancos y finos revoloteaban sobre su frente, moviéndose de forma antinatural a pesar del viento endiablado que soplaba. Y sus ojos, sus ojos eran dos brazas rojizas que brillaban de forma maliciosa y diabólica. Siguió su lento andar y simplemente desapareció entre las tumbas de los muertos hace muchos años. Y sobre una de las lapidas, a medio metro detrás de Amira, se encontraba la calavera firmemente colocada, mirando sus cuencas vacías hacia ella.

No tuvo tiempo de gritar o llorar. Sabía que tenía hasta antes del amanecer para cumplir la deuda, ella no tendría que ensuciarse las manos, sólo la intención hacía falta, contar la historia presentando aquel extraño fetiche y eso se encargaría de cobrarse la deuda. No muy lejos de ella, en una lápida al lado del cuerpo de Phil se encontraba la blanca calavera, con sus cuencas vacías observándola expectante. Sabía que le quedaban horas para terminar el contrato.


Creek Wood, 1 de noviembre de 2018, 2:00 A.M.

Un hombre estaba sentado frente a su televisor, con una taza de café en una mano. Su tez morena tenía un tono azulado al reflejar el color marino del programa que estaba viendo. Observaba expectante el reloj, esperando que su niña retornará de su fiesta. Si, era cierto que ella no era su niña, ya era casi una adulta, el próximo año empezaría su vida lejos, quizás en California u Oregón, o al menos eso esperaba. Al menos no se quedaría sólo, sus otras dos hijas le harían compañía en esta nueva etapa de su vida.

Una puerta sonó fuerte, el ruido de la madera golpeando el marco fue demasiado estruendoso. El hombre dejo en la mesa pequeña su taza aún humeante y expectante camino.

Lo que observó le tomó completamente desprevenido. Estaba hecha un desastre, pareciendo casi una persona distinta a como había salido hacía unas horas. Sus ojos estaban rojos por el llanto, su maquillaje corrido sobre su rostro, su ropa manchada de barro verdoso y apestaba a huevos podridos. En sus manos sostenía un cráneo perlado, inmaculado, con las cuencas de sus ojos vacíos mirándole. Y su mirada era inquietante, una mirada de hambre.

— Amira, hija, que…

— Papá, tengo algo que contarte, es sobre la prima Carmen…

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