El bosque era muy grande. Más grande de lo que habías pensado. No era la primera vez que entrabas a un bosque, pero podías notar claramente que este no era como los demás. Lo podías sentir en el ambiente. Aquí había… Algo más. Mientras caminas, la sensación se hace más fuerte. No puedes decir que es algo malo; no se siente como si alguien te mirara o te siguiera, ni siquiera como si hubiera alguna criatura oculta en algún lugar. No, en este bosque no había maldad. Además, era de día, por lo que era muy improbable que algo te hiciera daño. A lo largo de tu vida te habías percatado de ello: Las entidades malignas sólo salían de noche, por alguna razón que aún no llegabas a comprender del todo.
Levantas la vista y te percatas de una roca. No es una roca común y corriente, por supuesto. De alguna manera, es plana. Como si estuviera pensada para que los viajeros como tú se sentaran a descansar. Lo piensas durante un breve momento, pero al final decides aceptar la invitación que te ha hecho la naturaleza. Tomas asiento y te pones a buscar la botella de agua dentro de tu mochila. La encuentras y bebes un poco. No mucho, pues aún no sabes por cuánto tiempo más durará tu travesía.
Estás buscando la Biblioteca al Final del Ferrocarril.
Habías oído hablar de ella en muchos lugares. El primero fue en un libro antiguo que encontraste en una biblioteca pública. Hablaba de ella como un lugar mítico, tan antiguo como la civilización misma. La leyenda decía que la Biblioteca guardaba centenares de historias, tanto ficticias como reales. Historias que nunca antes han sido leídas por ningún ser vivo. La Biblioteca las mantenía guardadas para sí misma, como un secreto que jamás debía ser contado. Eso era lo que te había gustado de aquél lugar. ¿Qué clase de relatos podían encontrase en la Biblioteca al Final del Ferrocarril? Te emocionaba el saberlo, así que decidiste buscar tanta información como pudieras. Runas antiguas en artilugios de museos, referencias en historias mitológicas, personas en foros de internet, todo lo que encontraste.
Sólo fue cuestión de tiempo que descubrieras lo anómalo. Y no pasó mucho antes de que los rumores te llevaran a encontrar un Camino. Todavía te acuerdas de cuando estuviste ahí, de pie frente a una puerta al fondo de una librería de viejo. La primera vez que entraste a la Biblioteca de los Errantes fue todo un espectáculo. Estanterías hasta donde alcanzaba la vista, con libros y libros sobre casi todo lo que había en el Multiverso. Pero no eras idiota, por supuesto. Desde un primer momento supiste que esa no era el lugar que buscabas. Para empezar, ni siquiera habías tenido que llegar al final de algún ferrocarril. No, la única razón por la que habías ido a la Biblioteca de los Errantes era por que necesitabas buscar más información sobre la Biblioteca al Final del Ferrocarril.
Tardaste unos días, pero al final lo conseguiste. Tras una búsqueda exhaustiva, lograste dar con un pergamino. Lamentablemente, apenas tenía unas pocas líneas escritas en él: "La Biblioteca al Final del Ferrocarril, un lugar oculto en alguna parte dentro de un bosque en México."
Y así fue como inició todo. De bosque en bosque, siempre buscando la Biblioteca. Algunas veces quedándote a dormir en algún pueblo cercano, otras cargando una tienda de acampar. Pero nunca te habías detenido. Tenías una determinación inigualable: Encontrarías la Biblioteca aunque fuese lo último que hicieras. Y ahí, descansando encima de una roca, continuabas tu travesía.
Consideras que ya has pasado demasiado tiempo en ese lugar, por lo que te levantas para seguir caminando. No es necesario que recorras todo el bosque, pero sí una buena parte de él. No quieres que la Biblioteca pase enfrente tuyo sin que te des cuenta. Por encima de ti, algunas aves empiezan a cantar. Lo consideras una buena señal, pero no quieres hacerte muchas esperanzas. Ya has tenido demasiadas desilusiones, así que ya sabes que no debes esperar demasiado. Sabes que la Biblioteca al Final del Ferrocarril existe y está en algún lado, después de todo ya estuviste en la Biblioteca de los Errantes, pero tienes que hacerte a la idea de que no va a ser fácil encontrarla.
O eso pensabas.
A lo lejos alcanzas a ver una especie de señal. Parece una flecha de color morado. Te acercas y en efecto, es una flecha de madera clavada a un árbol. ¿Cuál era la probabilidad de que te encontraras con esto? Calculas que era casi inexistente. Miras hacia donde señala la flecha, es decir, a la derecha, y te percatas de que hay un ligero sendero. El bosque casi lo ha reclamado por completo, pero todavía se llega a notar lo suficiente como para seguirlo.
Intentas dar un paso, pero te congelas. Algo está mal. De un momento a otro has empezado a sentir que alguien… Algo te observa, aunque no sabes identificar desde dónde. Decides que es mejor estar en guardia, así que sacas una navaja de tu mochila antes de continuar. Mientras avanzas, empiezas a notar que el bosque se ha vuelto demasiado silencioso. De hecho, sientes un ambiente un poco solemne. La sensación de que algo te observa se ha ido, pero tienes muchos nervios como para relajarte. Cada tanto miras hacia los lados, siempre esperando que algo salte para atracarte. Pero el infortunio te vuelve a hacer otra mala jugada: Delante tuyo había un agujero, y tu distracción hace que termines cayendo.
Sin embargo, y a pesar de que fue una caída bastante larga, no sientes dolor al chocar con el suelo. Es piedra sólida, pero aún así no tienes un sólo rasguño. Te vuelves a poner en pie y miras a tu alrededor. en un muro cercano se alza lo que alguna vez fue una escalera. Le faltan algunos escalones, pero consideras que aún tiene los suficientes como para salir de ahí. Lo que te sorprende es lo que hay al otro lado del agujero en el que caíste.
Un túnel.
Tienes algo de miedo, pero no dudas en continuar hacia adelante. Bien podría ser una mina abandonada o el búnker abandonado de alguna guerra ya olvidada, pero tienes que asegurarte de ello. Con tu linterna tratas de alumbrar el camino, pero es inútil, la oscuridad reina por todas partes. Después de haber avanzado por un buen rato, empiezas a jugar con la linterna. Como si trataras de hacer que un gato persiguiera un punto rojo, la mueves hacia todos lados sin patrón alguno, por lo menos para entretenerte mientras llegas al otro lado. Pero nuevamente, pagas caro tu distracción.
Te tropiezas con algo, y te vas de bruces contra el suelo. La linterna cae e algún lado y se apaga. Empiezas a tratar de encontrarla cuando notas un metal frío, y algo que parece una tabla de madera. Tardas un segundo en identificarla la cosa con la que tropezaste, pero cuando lo haces no puedes evitar soltar un grito de alegría.
Una vía férrea.
No tardas en encontrar la linterna y ver lo que hay debajo tuyo. Una vía férrea. Y no es la típica que usan los mineros para transportar minerales, esta es lo suficientemente grande como para ser usada por un tren. Un ferrocarril.
Trastabillando aquí y allá, hechas a correr hacia la oscuridad. Lo has logrado. Ya casi estás allí, en el lugar que has estado buscando durante tanto tiempo. Un par de veces vuelves a irte contra el suelo, pero ya no te importa. Tú único objetivo es llegar al final del túnel, al final del ferrocarril. Poco a poco empiezas a vislumbrar una luz. El final del túnel queda cada vez más cerca. Calculas que sólo te faltan un par de minutos para llegar.
Y finalmente, llegas.
La luz del Sol ciega tus ojos. Te detienes hasta que logras recuperar la vista. Y una vez que lo haces, observas con detenimiento lo que hay delante de ti. Un claro en medio del bosque, y al final del mismo, un edificio gigantesco. Si bien comienza como una edificación normal, poco a poco empieza a sacar ramificaciones, las cuales se postran en muchos árboles, alzándose afuera de tu vista. Esa es la casa del árbol más complicada que jamás he visto, piensas. Con algo de lentitud te acercas a la Biblioteca. Cuando llegas a la puerta principal -una puerta de madera común y corriente-, llamas esperando a que alguien responda. Después de un rato, vuelves a llamar. Y después de otro rato, lo vuelves a hacer.
Al ver que nadie te contesta, intentas abrir la puerta por tu propia cuenta. Al principio parece estar algo atorada, pero termina cediendo. Cruzas el umbral y avanzas por el pasillo que hay ante ti. En poco tiempo llegas a una estancia amplia con cientos de libros amontonados por todas partes. Te das cuenta de que las únicas estanterías que hay están incrustadas en la pared, y llenas a rebozar.
Un poco sin saber que hacer, decides tomar un libro y abrirlo…
—¿Qué haces aquí? —Un hombre te habla desde el umbral de una puerta al otro lado de la habitación. Alcanzas a percibir que la puerta da a una escalera ascendente.
—Y-yo llamé varias veces, p-pero no contestó… —El hombre no se inmuta. Es alto, por lo menos de un metro con ochenta. Su ropa consiste de una larga túnica roja que le cubre todo el cuerpo—. C-creí que no p-pasaría nada si entraba y…
—No te pregunté cómo entraste. Te pregunté acerca de tus motivos para estar aquí.
—Y-yo…
—Todo el mundo tiene un motivo para venir aquí —continúa hablando, mientras recorre la estancia solemnemente—. Hay algunos que vienen en busca de fama, otros en busca de conocimiento, y unos pocos en busca de diversión. Sin embargo todos saben qué hacen aquí. Al fin y al cabo, para llegar aquí se necesita querer hacerlo.
—B-bueno… Y-yo vine para… —Pero el hombre sonríe y te hace una seña para que te calles.
—Realmente no importa mucho. Hay algunos, muy pocos, de hecho, que no saben del todo el motivo por el que buscan este lugar. Casi siempre eso termina siendo un problema, pero siempre se termina resolviendo de una u otra forma. Como sea, ¿alguien… o algo te ayudó a llegar aquí?
Lo piensas durante un momento.
—… En el bosque, la flecha que está clavada a un árbol y apunta hacia el túnel. Dudo haber podido encontrar este lugar sin esa señal.
El hombre levanta las cejas y las vuelve a bajar.
—En el bosque no hay ninguna flecha.
—¿Qué…?
—Hay veces en que los motivos para que alguien llegue aquí no necesariamente son de la persona que llega. Pero bueno, no creo que deba contarte más de lo necesario. Ven sígueme.
El hombre se da la vuelta y vuelva a subir por las escaleras. Le sigues. Pasan por una serie de pasillos, habitaciones, y más escaleras. A lo largo del recorrido, notas libros tirados y amontonados por todas partes. En comparación con la Biblioteca de los Errantes, la Biblioteca al Final del Ferrocarril se encontraba muchísimo más desordenada.
Después de caminar por alrededor de una hora, y de que te preguntaras cuán grande era ese lugar realmente, llegaron a una habitación un tanto reducida, y con muchos menos libros a comparación de las anteriores.
—Este… Bueno, este lugar es donde trabajo —dijo el hombre—. Por cierto, no te he dicho mi nombre. Supongo que puedes llamarme… Edgar.
—¿Edgar? —No sabes muy bien por qué, pero ese nombre te llega a sonar de algo, de algo muy lejano…
—Edgar, Daniel, Kevin, Ethan… He tenido muchos nombres a lo largo de la historia. Puedes llamarme como te dé la gana, en realidad. —Daniel se acercó a un escritorio al fondo de la habitación, le dio la vuelta y se sentó en una silla que quedaba fuera de tu vista.
—¿Y qué se supone que debo…?
Kevin te miró durante un momento antes de responder.
—Lo que quieras. No importa, de hecho. Aunque… Bueno, podrías empezar echándole una mirada a esa estantería de ahí. Contiene algunas historias muy interesantes. No es que resalten mucho del resto, pero…
Ethan se quedó callado.
—¿Pero…? —Dices para intentar incentivarlo.
—Ah, bueno, yo las… Elegí para traerlas a este lugar. A esta habitación, me refiero. También me encargué de… Hacer que fuesen entendibles para gente que no hable ciertos idiomas. Adelante, hecha un vistazo.
Mientras hojeas los cuentos que se te presentan, no puedes evitar notar que hay un par de hojas faltantes, como si hubieran sido arrancadas. Pudiese haber sido que el autor se equivocó y decidió arrancar la página, o que alguien simplemente necesitaba un trozo de papel para anotar alguna cosa, pero aún así se lo dices a Edgar.
—¿Uh? Oh, claro. Verás, no es nada del otro mundo. Es simplemente que esas historias… Bueno, las escribí yo. Antes las tenía junto a las demás, pero luego creí que sería mejor tenerlas… Separadas del resto. —Daniel parece estar un poco cabizbajo. Te le quedas mirando sin saber muy bien qué hacer, hasta que finalmente él mismo levanta su mano para señalar una estantería prácticamente vacía. A penas había un par de libros en ella—. Esa es la estantería de las historias que yo mismo he escrito. Lamentablemente, no han tenido mucho éxito. Puedes verlas si quieres, pero tampoco es tan importante.
—Mmh… Bueno, a parte de todo esto, ¿hay alguna cosa más?
—En realidad… —Empieza Kevin—. Sí, se podría decir que algunas cosillas más. Puedes echarle un vistazo a ese baúl de ahí. —Te sobresaltas un poco, pero, en efecto, en la habitación había un baúl que se encontraba en una esquina del cuarto. Te acercas y le quitas el polvo que tiene por encima.
—Oh… Bueno, es algo, supongo. —No sabes muy bien qué hacer ahí. Podrías leer alguna de las historias, o seguir mirando las baratijas del baúl.
—Mira… —Comenzó Ethan—. Sé que tal vez esto no sea lo que esperabas. Después de todo, tuviste una larga travesía para llegar hasta aquí. Una travesía… Tal vez demasiado larga. No importa ahora. Pero algo ha quedado muy claro: Te gusta explorar. Así que puedes quedarte aquí y leer lo que tengo para ofrecerte, o puedes salir a explorar el resto de la Biblioteca. Anda, te animo a hacerlo. Estoy seguro que en algún lugar encontrarás una historia que te satisfaga. Hay miles, y realmente dudo que logres leerlas todas, pero no pierdes nada con intentarlo. Así que adelante…