Leningrado, diciembre de 1979:
El parpadeo de tu luz nocturna arroja un resplandor inquietante a lo largo de tu pequeña habitación y el viento sacude tu ventana, impidiéndote conciliar el sueño. Tu joven mente deja volar la imaginación, aumentando el miedo a la noche y a lo que no se puede ver. Afortunadamente tu padre siente que no todo está bien en tu mundo y camina tranquilamente hacia la habitación. Se sienta en el borde de tu cama y te pregunta por qué estás despierto todavía, en una extraña combinación de duro y suave que es tan característica de él.
"Hay un monstruo bajo mi cama, papa" susurras despacio, como para no molestarlo o hacerlo consciente de tu presencia encima. Tu padre sonríe y te da una risa callada.
"¿Quieres que mire debajo de la cama?" pregunta con una sonrisa. Asientes con la cabeza, y sus siguientes palabras te sorprenden. "No, Pasha. No hay monstruos. Están todos muertos.” Incrédulo, te sientas un poco y preguntas, "¿Cómo lo sabes?" Todavía sonriendo, él acaricia tu cabeza y dice: "Pasha, tu abuelo los mató a todos en la Gran Guerra Patriótica. Vete a dormir."
Tú le crees, y finalmente el sueño te lleva.
Una base militar de la Federación Rusa, Febrero de 1995:
La nieve hace olas y remolinos alrededor de tu cara, obstruyendo tu visión de la diana en forma de hombre a cientos de metros de distancia. En tus manos de nudillos blancos descansa un fusil de francotirador Mosin Nagant 91/30 casi antiguo, una reliquia de la Segunda Guerra Mundial, relegado para su utilización como un instrumento de formación para potenciales nuevos tiradores escogidos. El metal está congelado y ha perdido mucho de su azulado, exponiendo el receptor más o menos molido a los severos elementos a los que ahora estás expuesto. El grupo de disparo sonajea y una de las lentes está agrietada, haciendo difícil concentrarse a veces. La madera está en descomposición, debido a los arsenales de almacenamiento húmedos en los que ha residido por tantos años, pero también muestra un número de marcas toscas talladas a un lado: el morboso marcador de puntos de anterior del dueño anterior.
Cuando tus instructores les distribuyeron las armas a ti y a tus compañeros candidatos a tiradores escogidos, el resto de ellos cloquearon sus lenguas y se burlaron del aspecto lamentable de las armas. Sus chistes y comentarios rencorosos escaparon a tus oídos en su momento.
Es la cosa más bella que hayas visto, y es todo lo que un arma de guerra debe ser: vieja, gastada por la batalla, y victoriosa, con cicatrices para demostrarlo. Sientes proféticamente que años más tarde desearás poder decir que esta arma es tuya, pero lamentablemente también se la devolverás a los armeros que le darán una rápida limpieza y luego un baño en aceite de almacenamiento, hasta que venga el próximo recluta. Parece una existencia injusta para algo con tanta historia tras de sí, pero sospechas que es más apropiado que colgarlo en la pared de un coleccionista como una obra maestra, para nunca ser usada otra vez.
Tu ojo mira a través del visor, ignorando la lente agrietada y buscas el objetivo a través del lodo de nieve y niebla delante de ti. Esperas, esperas una oportunidad, esperas a que Dios limpie los cielos para ti. Una rotura repentina en la tormenta te premia con unos fugaces momentos de visión clara, exactamente lo que necesitas.
Tiras del disparador sin titubear, causando que tu instructor se gire del visor de observador junto a ti y sonría por la que crees es la primera vez en su vida.
Chechenia, mayo de 1995:
Tu sargento mayor te mira. Está cubierto de una suciedad indescriptible e ineludible que infesta este lugar y contempla con desprecio tu uniforme limpio (relativamente hablando). Especialmente la divisa de tirador escogido que obtuviste hace poco menos de un mes.
"¡Tú, muchacho!" ladra y te pones de pie en rígida atención. "Dame ese puta insignia. Una vez que hayas matado algo como el resto de nosotros, la podrás tener de vuelta." Obedientemente se la entregas, entendiendo muy bien tu lugar en esta guerra, teniendo que probarte y criticarte ante estos hombres que no han conocido otra cosa sino miseria y muerte durante el último año.
Te unen a tu primera patrulla al día siguiente, hacia lo que en el mapa se denomina Grozny pero en la realidad existe sólo como un cementerio ardiente de edificios esqueléticos, vehículos calcinados y cadáveres insepultos por sobretodo. Aunque la batalla oficialmente ha terminado, sigue siendo un lugar de matanza y devastación al por mayor, y te preguntas por qué alguien considera un lugar tan alejado de la mano de Dios como algo de importancia. Tu pelotón toma su camino a través de montañas de escombros y alrededor de fosas comunes, barriendo a unos pocos rezagados aquí y allá.
Por el rabillo del ojo ves a un muchacho adolescente, su cara cubierta con unos trapos sucios y llevando una mochila de un soldado sobre un hombro. El sargento le grita que se detenga pero en cambio el niño rompe en una carrera, alejándose de ti. El sargento se gira hacia ti, apuntando y grita, "¡Snaiper!" dejando pocas dudas en tu mente en cuanto a lo que está ordenando que hagas. Antes de que siquiera te des cuenta el SVD está ubicado perfectamente sobre tu hombro y la mira está en tus ojos, los aparatos de puntería ya alineados en la figura que huía. El rifle salta violentamente en tus manos y el chico cae de rodillas, derramando sangre desde la la herida de salida en su pecho mientras jadea por aire. El polvo se asienta a su alrededor, y se queda quieto.
Tu sargento golpea el aire con un puño, ordenándole al resto del pelotón que mantengan la posición mientras ustedes dos bajan a examinar lo que había en esa mochila. Acercándote al cadáver, tus ojos notan algo en lo que no te fijaste antes: largas mechas de cabello castaño oscuro caen de la tosca balaclava, ahora sacudida fuera de lugar y mostrando más claramente las características faciales del chico. De repente eres abrumado al darte cuenta de que "él" no es un chico, sino que en realidad es una joven muchacha, de tan sólo unos 17 años por su aspecto. Su sangre empapa la tierra chamuscada y sus vacíos ojos marrones miran sin vida hacia el cielo siempre nublado. Tus manos comienzan a temblar mientras hurgueteas a través de la mochila y oras, le oras a Dios que hayan granadas o algo, cualquier cosa para justificar arrebatarle la vida a esta chica.
Todo lo que encuentras son unos escasos trozos de pan.
Las náuseas te superan y caes al suelo y vomitas violentamente, tu sargento de pie sobre ti con su ceño fruncido siempre presente. Te agarra con sus manos gigantes y te obliga a ponerte de pie y a mirarlo a los ojos. "Parece que sabes tirar después de todo, chico" dice mientras abre tus puños y te devuelve la insignia de tirador.
El Mediterráneo, en el presente:
“I’ll Be Seeing You” de Jimmy Durante transmite su cadencia a través del aire desde una radio en la calle debajo de ti, distrayendo convenientemente a los transeúntes que se terminan sus antipastos en los cafés de la calle. La playa está desierta excepto por una chica joven que se extendía a través de un pequeño muelle, sus piernas torneadas pateando juguetonamente en el agua templada italiana, con un vestido amarillo pastel brillando intensamente en la luminiscencia suave del sol poniente. Una sonrisa juega en su cara; es bonita, y te resulta difícil mantener tu concentración profesional mientras la observas a través de la mira telescópica. Intentas mantener la concentración, pero una parte de tu mente se mantiene a la deriva, anhelando estar en la playa con ella, sosteniendo su mano, diciéndole lo hermosa que es y lo feliz que te hace sentir con solo mirarla.
"Delta Uno, en posición." La voz del Dr. Clef responde a través de la radio en una orden concisa, "Delta Seis. Ya."
Ella se da vuelta a mirar a la mujer mayor que se le acerca desde la playa, permitiéndote una vista perfecta de su rostro. Apenas sientes el arma moverse mientras una bala de calibre 0,221 abandona tu fusil con silenciador e le impacta a la cabeza directamente entre los ojos. Ella no siente nada, solo cae como un muñeca rota, sigue sonriendo, la sangre saliendo de la pequeña herida de entrada y brillando a la luz del sol.
"Delta Uno, objetivo neutralizado."
"Delta Dos, confirmar."
"Delta Tres, enfrentando a objetivo."
"Delta Uno, pasando a apoyo."
"Negativo, Delta Uno, Delta Tres. Delta Seis manejará esto personalmente."
La anciana se detiene abruptamente, dejando caer una cesta de vino y queso a sus pies en incredulidad y horror mientras el Dr. Clef le golpea en toda la cara con su pistola. Tu concentración se disipa otra vez e ignoras la pelea subsiguiente y la ráfaga de actividad de radio. En cambio contemplas la cara de la joven, incluso ahora sigue sonriendo mientras su piel se vuelve pálida debido a la pérdida de sangre. Te las arreglas para mantener a raya la bilis mientras tu observador toma un tiro; el cuerpo de SCP-784 se derrumba encima de la chica y rompe tu línea de visión. Silenciosamente, le das gracias a Dios por este regalito.
Más tarde, te encuentras una nota doblada en tu escritorio. Es un elogio de tu jefe del Equipo Móvil por ayudar a la eliminación de SCP-784, una "entidad peligrosa y destructiva que planteaba una grave amenaza para la Fundación y la humanidad en general." Doblas la nota y la colocas en la cima de tu estante de armas, en la que residen dos fusiles: un SVD Dragunov y un rifle 0,22 con silenciador de diseño checo. Cada uno tiene una sola marca labrada en la culata. Cada uno se ha utilizado sólo una vez, y ahora ambos recogen polvo en su oficina.
Colapsas sobre la cama dura y reflexionas sobre los acontecimientos del día, tu mente regresa a algo que te dijiste hace muchos años atrás en un lugar lejos de aquí.
Lo único peor que matar a una chica inocente, es recibir una medalla por hacerlo.
El pensamiento se queda contigo toda la noche, te mantiene despierto. Deseas que tu padre todavía estuviera vivo, deseas que pudiera darte algunos consejos, deseas poder preguntarle para qué fue todo esto. Recuerdas lo que te dijo cuando eras un niño pequeño, y ahora te preguntas si tendrías la fortaleza para decirle que estaba equivocado. Los monstruos aún están muy vivos.