Está frío.
No sentía nada en mi caparazón mientras el ambiente tranquilo resonaba en las profundidades del mar. Puesto al lado de muchos otros de mi especie, no soy nada más que un ser inmaduro. A pesar de esto, nada amenaza mi existencia. Por desconcertante que sea, me dejaron solo.
Nos sentamos juntos. Línea por línea, embrión por embrión, había cientos —si no miles— que yacían alrededor de mi caparazón.
Y aún así, madre nunca regresó.
Abandonados en el océano profundo, crecimos y crecimos, con la ausencia de una figura parental. ¿Por qué produciría ella una gran cantidad de embriones sólo para dejarnos al descubierto? A pesar de esto, yo ya había crecido lo suficiente como para tener mis propios pensamientos, para ser consciente de mí mismo. Pero estos pensamientos también trajeron algunos siniestros.
Abandonado con mis hermanos, empecé a reflexionar sobre la ausencia de mi madre. Me había estremecido hasta el interior, pensar que ella me abandonó para pudrirme por mi propia cuenta; sin embargo, tales pensamientos se fueron eventualmente, arrastrándose con el flujo de la consciencia.
Mientras sentía que el agua se precipitaba sobre mí, pude sentir vibraciones entre los caparazones. Mis hermanos estaban sacudiéndose, como si quisieran escapar, irse. Los miré desde mi caparazón, mis ojos entrometidos mirando directamente a los de ellos.
¿A dónde podrían ir en este oscuro ambiente?
Vi que muchos de sus caparazones empezaron a agrietarse. Retorciéndose en sus ahora rotos caparazones, poco a poco se empezaron a acostumbrar al agua. Como granos de arena, empezaron a nadar hacia la superficie —hacia la luz, que fue eclipsada por una figura pequeña.
Algo estaba pasando, y yo no sabía qué era.
Eventualmente, oí los sonidos que venían de la superficie, fuertes y abruptos. Mis hermanos habían estado nadando hacia su muerte. ¿Por qué debía yo mirar cómo ellos se acercaban a su perdición? ¿Por qué debía yo mirar mientras ellos tomaban la iniciativa?
¿Por qué me habían dejado solo?
Me estremecí violentamente. Mi estómago empezó a agitarse, saliva fluyendo por mi garganta En ese momento, mi hermano emergió de mis fauces; y ambos miramos —miramos hacia arriba con dos pares de ojos, mientras un fuerte rugido emanó desde los cielos a la vez que nosotros pensamos:
Oh.
Ella está llamando.
Es tiempo de despertarse.