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–Doctor Neobar, a la izquierda, acérquese al doctor Estienne por favor… Perfecto, no se muevan…
–Doctores Rüger y Guillard, no habéis mirado a la cámara –comentó irritado el fotógrafo, que ahora luchaba con la película de su Graflex, un modelo Super D más alto que su usuario– Okey. Treinta minutos de descanso y luego continuamos –El último equipo en pasar es el laboratorio FRA:5420, el equipo Bade.
En ese último día del seminario se respiraba un ambiente de fin de fiesta, la aprensión de volver a la vida normal tras un dulce interludio entre colegas que no se repetiría hasta el año que viene. Conrad Neobar observaba cómo el personal de la casa de la ciudad ordenaba afanosamente el escenario y las mesas del patio exterior, que habían podido utilizar durante toda su estancia sin que lloviera, una suerte increíble para un evento londinense. La pancarta con la inscripción "4º seminario de Historia Antigua y Religiosa de la red CORAIL 12/10/51 - 15/10/51" estaba siendo descolgada por dos agentes que manejaban con cuidado las poleas situadas a ambos lados del pabellón.
Tras echar un rápido vistazo a su alrededor, Conrad divisó a su amigo Josse Bade, sentado a una mesa discutiendo con su equipo cosas inaudibles desde esa distancia, debido al ligero bullicio que caracterizaba las reuniones entre investigadores apasionados de un mismo campo. Conrad pensó que ya era hora de ir a ver a su amigo de la infancia para darle sus regalos, antes de que regresaran a sus respectivos sitios, él a Suiza, Josse a Francia. Dejó unos instantes a su equipo y se dirigió a su mesa.
–Hola Isabeau, Rosalie, Claude –dijo mientras se acerca al grupo–. ¿Listos para la foto? Pero antes, ¿me permitís secuestrar a Josse un momento?
Los miembros del equipo de Josse asintieron con una sonrisa. El hombre se levantó y siguió a Conrad.
–¿Qué me ocultas, querido amigo? –preguntó divertido Josse por el camino.
–Pronto lo sabrás –replicó Conrad con picardía.
Se detuvieron cerca, delante de un escritorio con un maletín encima. Conrad lo abrió y sacó dos documentos: un cuadernillo A4 blando y un libro rojo grueso más pequeño.
–Aquí tienes tus regalos –dijo Conrad, entregándole los dos libros a Josse.
–¡Oh, no debiste hacerlo, Conrad! ¿Qué es todo esto? –preguntó Josse, sorprendido y emocionado al mismo tiempo.
–Me gustaría inaugurar una especie de tradición en el traspaso de responsabilidades entre secretarios generales –explicó él–. Yo he terminado mi mandato, tú empiezas el tuyo para los próximos cinco años, así que te doy estos documentos para que veas lo lejos que hemos llegado.
Joss, con los ojos brillantes, ojeaba el boletín que él y su equipo habían publicado durante su primera colaboración oficial.
–Pero… ¿Cómo has encontrado este boletín en tan buen estado? –preguntó.
–Pues yo decidí guardar este precioso archivo para este momento –admitió Conrad.
–Estoy conmovido. Cuando me llegue el turno, se lo pasaré al próximo Secretario General de la red. Este escudo está muy bien hecho, sé que procede de un jarrón que narra la odisea de Perseo, pero ¿fuiste tú quien dibujó el glifo y grabó la estampa?
–No, es obra de Wanda Allen, la grabadora jefe de los boletines del Sitio-Mayim. Qué estilo, ¿verdad?
–Sí, es muy bonito.
–Puedes leer el boletín tranquilamente cuando vuelvas, pero de momento, echa un vistazo al segundo libro.
Josse guardó el precioso librito en su alforja y aferró con ambas manos el grueso libro rojo engastado en oro.
–"Libro de oro de la red CORAIL - 1952" –leyó Josse en la portada– ¿Es para el año que viene?
–Sí, para celebrar el quinto aniversario de nuestra red, he pensado que estaría bien un libro de visitas. Aún no está terminado, pero si aceptas esta misión, ¡puedes escribir el resto! Pero ya puedes echarle un ojo.
–Si me lo permites, lo haré con mucho gusto.
Se detuvo a estudiar la curva de afiliación, que no dejaba de crecer con los años, y luego sonrió a Conrad.
–Impresionante –se maravilló–. ¿Te imaginabas, Conrad, que en sólo cuatro años nuestra red contaría ya con decenas de miembros en Europa?
–En absoluto –respondió su amigo–. Y pensar que al principio sólo queríamos poner en común los recursos de nuestros dos laboratorios sin enredarnos en la burocracia administrativa –admitió a medias, como evocando un secreto bien guardado–. Mi sueño sería que esta organización se convirtiera en una especie de ferrocarril que uniera a las personas más informadas, por lo que el término 'red' es muy acertado. El resto del libro está compuesto por retratos de los equipos tomados durante el seminario de este año.
Un poco receloso, Josse arqueo una ceja interrogativa hacia Conrad:
–Por supuesto –continuó Conrad–, falta la fotografía que acabo de hacer con mi equipo. La tuya también falta, está prevista en la página siguiente.
–Entiendo –respondió su compinche mientras iba a buscar una silla, algo cansado de estar de pie.
Conrad hizo lo mismo al verlo y, bajando la voz, aprovechó para hacerle otra pregunta:
–Por cierto, no tuve ocasión de preguntártelo, ¿has recuperado las fuerzas desde tu accidente en Roma?
Josse se sentó suavemente y, avergonzado, contestó tras pensárselo unos segundos:
–Por el momento, aparte de algunos dolores lumbares, puedo decir que me encuentro mejor… Los cuatro meses de convalecencia en el centro de observación del Sitio-Aleph fueron más agotadores que otra cosa. No encontraron nada aparte de lo evidente, que todo el mundo puede ver.
–Espero que eso sea todo, porque ya es bastante –se lamentó Conrad secamente, antes de cambiar rápidamente de tema, al ver que a Josse le seguía costando sacar el tema–. En cualquier caso, el fotógrafo nos enviará las fotos por correo mañana.
–Perfecto –respondió Josse, que recuperaba el entusiasmo–, y por lo que veo en la tercera página, ha tenido tiempo de revelar las instantáneas de los equipos fotografiados ayer.
Tras observar el retrato del equipo, Josse levantó la vista hacia el público y buscó a Maria Theresia Borrekens. La vio de pie cerca del bufé con Robert Estienne, sin duda hablando de los nuevos descubrimientos de la antigua Grecia.
–Maria Theresia nos ha acompañado tres veces a Creta, y su trabajo en el laberinto del Minotauro es colosal.
–Unos auténticos adictos al trabajo –añadió Conrad, aceptando una copa de rosado que le ofrecía un camarero que pasaba entre las mesas restantes.
–Hablando de nuevos miembros –añadió Josse, declinando cortésmente la copa que también le ofrecían–, espero de todo corazón que un laboratorio afiliado a la sección de la Orden de Jano del Real Instituto de Anomalías Italianas se una pronto a la Fundación, ahora que lleva cinco años formando parte de ella. Fioretta Bath-Sheba y su equipo parecen muy interesados en nuestra red –le confió a modo de cotilleo exclusivo.
Conrad dejó su vaso, asombrado y encantado por la noticia:
–Oh, ¡eso espero! –rezó, poniendo los ojos en blanco–. He trabajado varias veces con Aldus Manutius y Salome Antonazzoni, ambos grandes especialistas en religiones romanas, y ganaríamos mucho facilitando nuestros intercambios con ellos –explicó a su amigo–. Y ni siquiera estoy hablando de la base de datos de la Orden de Jano: ¡una organización milenaria con miles de archivos! Tal vez decenas de miles si la Hermandad de los Caballeros de San Jorge no hubiera intervenido.
–No me hables de estos fanáticos –dijo Josse, claramente exasperado por la mera mención de ese grupo de interés–. Me topé con unos vigías durante la última excavación en el monte Palatino con Sergei Volchkov y Khachatur Kesaratsi, la misma en la que encontré el artefacto que me obligó a pedir una excedencia en el Sitio-Aleph. Tuve que hacerme el listo para pasar por un simple arqueólogo. Lo más importante es que el artefacto está ahora a salvo en la Fundación –concluyo antes de volver a su libro.
–Por lo que a mí respecta –continuó Conrad, frunciendo el ceño con resentimiento–, fue el COG con quien me reencontré el año pasado, en Turquía, con Alice Reilly. Habíamos obtenido permiso para llevarnos las tumbas anacrónicas de la acrópolis de la antigua Amisos, cuando la OTAN decidió "espontáneamente" instalarse en Samsun –dijo haciendo una mueca mientras simulaba las comillas con los dedos–. Los "trabajos de desarrollo" en la "base" provocaron la destrucción de prácticamente todos los numerosos restos y objetos anómalos. Se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en este desastre.
Se quedó callado, pensativo al recordar la historia, y bebió otro sorbo de vino mientras Josse asentía con simpatía:
–Qué triste –suspiró, poniendo los ojos en blanco–. ¿Recuerdas – dijo, mirándole con el rabillo del ojo– cómo, tras la guerra, nos reímos de aquella tambaleante coalición y apostamos por su inminente disolución? Apenas 6 años después, estamos viendo el efecto de una financiación prácticamente ilimitada.
Justo en ese momento, Josse vio a Elizabeth Pickering entrar en el patio de la casa adosada de su Sitio, tras haber dado a Anna Hammar-Rosén y a su equipo una visita guiada por el interior. Josse y Conrad les saludaron amistosamente, intercambiaron cumplidos y reanudaron su conversación mientras el grupo se alejaba:
–Estoy deseando trabajar con ellos –admitió Josse pensativo–. El mes que viene participaré en la excavación del cementerio de Spong Hill. Este artefacto, el Hombre de Spong, es a la vez fascinante y espantoso.
–Hay que tener un corazón fuerte para estudiar objetos así, Josse –dijo Conrad–. Afortunadamente, por el momento, los artefactos están a salvo en Valais.
–Esperemos que sigan así –bromea Josse antes de ponerse en pie–. Por cierto, ya casi ha pasado la media hora y veo a mi equipo preparándose para el retrato.
–Te acompaño –dijo Conrad poniéndose en pie–. Espero que estés aquí para nuestro cumpleaños, el 5 de junio. Este año no pudimos celebrarlo, pero pienso compensarlo.
–¿Cómo iba a perdérmelo otra vez? –preguntó alegremente su amigo mientras caminaban juntos hacia el fotógrafo–. Nacimos el mismo día del mismo año, fuimos juntos a la escuela, nos nombraron profesores en la misma universidad y entramos en la Fundación al mismo tiempo –enumeró, contando vigorosamente con los dedos mientras llegaban a su destino–. El año que viene celebraremos nuestro 45 cumpleaños. Eso si el artefacto no me ha acortado la vida –dijo más dubitativo, mientras Conrad le ayudaba a subir los escalones hasta el estrado para la sesión fotográfica.
–No le des más vueltas –le tranquilizó Conrad–. Tu nueva cara te hace parecer experimentado –dijo, acariciando la mano increíblemente arrugada de su amigo.
Josse y Conrad se saludaron por última vez, felices de haber intercambiado un raro momento de complicidad desde el aumento de sus respectivas prerrogativas. Conrad se marchó para preparar la clausura del seminario. Reflexionando sobre el accidente de su amigo, se preguntó si sus vidas habrían sido más felices si la Fundación nunca se hubiera puesto en contacto con ellos. Entonces recordó el mantra que solía repetirse a sí mismo en los momentos de duda: No es una cuestión de orgullo o vergüenza, sino de deber.
–Todo el mundo está en su sitio –anunció el fotógrafo–. Miren a la cámara, sonrían…