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No se suponía que hubiera tormentas en Hy-Brasil. Hy-Brasil era tierra de hadas, una tierra de eterna primavera. Cuando llovía, era cálida y suave y el pueblo de las hadas bailaba alegremente en ella.
Esta no era el tipo de lluvia al que estaban acostumbrados. Era fría como el hielo y feroz, arrojándose sobre ellos como una descarga de flechas líquidas. Las nubes de tormenta eran tan oscuras como el humo de las viles fábricas de los mortales, bloqueando cualquier indicio de la luz de las estrellas o de la luna. La única luz natural provenía de los aleatorios pero frecuentes relámpagos, relámpagos cegadores en la oscuridad ciega, seguidos de truenos ensordecedores resonantes como tambores de guerra.
Dentro de la Sala del Trono del Palacio Real, los cortesanos de la corte Tuatha Dé Danann se acurrucaban como niños ante el horrible sonido.
—¡Es un monstruo! ¡Un monstruo de 60 brazas surgiendo del mar! ¡Ha roto a través de las barreras y viene a destruirnos a todos! —Gritó uno de los concubinos, lo que provocó que un coro de gritos hiciera eco a través de la habitación.
—¡No es nada de eso! —Les aseguró el Alto Rey Nuada Airgetlám VII. Aunque mantenía su habitual fachada arrogante, en realidad estaba tan asustado como cualquiera de ellos por la tormenta—. Me doy cuenta de que este es un clima menos templado del que estamos acostumbrados, pero seguramente todos han oído hablar de tormentas eléctricas, ¿no es así? Igualmente sigue siendo lluvia, y pasará con el tiempo.
—¡Hy-Brasil es una Tierra Bendecida, ninguna tormenta puede cruzar nuestras fronteras! —Gritó uno de los Ancianos—. ¡Incluso si es una mera tormenta, eso significa que las barreras están rotas y somos vulnerables!
—Las barreras se han mantenido sin falta durante 520 años. ¿Por qué fallarían repentinamente ahora? —Demandó saber el rey.
—¿Por qué? Nuestro pueblo huyó a esta isla para refugiarse de los crueles mortales. ¡Tu tatarabuelo sacrificó más de lo que podrías imaginar creando esas barreras! Durante casi tres siglos y medio, vivimos en bendita paz hasta que decidiste que tus arcas no estaban lo suficientemente llenas. ¡Abriste esta isla a los de su tipo, a su magia negra y máquinas profanas que son un anatema para nuestro ser! ¿Cómo puede ser esto todavía tierra de hadas cuando los mortales superan en número a los Fey? ¡La magia de esta tierra ha ido fallando poco a poco, y ahora es demasiado débil para detener una simple tormenta! ¡Has traicionado a tu padre! ¡Nos has traicionado a todos!
El Rey Airgetlám abofeteó al anciano con tanta fuerza que cayó al suelo, el resto de la corte quedó sin aliento, en shock.
—No creas que un poco de mal tiempo de repente excusa la traición —dijo con frialdad—. He gobernado durante 177 años y mi reinado no ha traído más que prosperidad. No hemos conocido guerra, ni hambre, ni plaga, solo montañas de monedas en constante crecimiento de nuestro comercio con forasteros y todos estaban perfectamente felices de pretender ser tolerantes y cosmopolitas, ¿no es así? ¿No es un testimonio de la grandeza de mi reinado que una tormenta eléctrica califica como un desastre sin precedentes?
—¡Pero las barreras!
—Si las barreras han fallado, es solo por el hecho de que eran viejas. Las reemplazaré por nuevas y mejores barreras con el conocimiento y los poderes que hemos adquirido bajo mi sistema de libre comercio. Y si la tormenta es por alguna otra razón, nuestros compañeros mortales con gusto nos ayudarán con su ciencia para determinar la causa y encontrar una solución. Como su rey, les pido que no culpen injustamente de este pequeño inconveniente a mí o a nuestros aliados, ya que ninguno de nosotros ha hecho nada mas que beneficiarles.
Los cortesanos parecieron calmarse y aceptar su explicación, aparte del concubino de antes, que todavía no dejaba de llorar.
—Diarmuid, es sólo…
—¡No es la tormenta! ¡Es la bestia! —Gritó histéricamente—. ¡Puedo verla en mi mente!
—Estás dejando que tu imaginación se ponga…
—¡Miren por la ventana! ¡Por favor!
El Rey puso los ojos en blanco y se dirigió a la ventana para contemplar la negra tormenta. Al principio, no podía ver nada, pero luego un relámpago reveló de que estaba hablando.
Era un terrorífico monstruo gigante, de sesenta brazas de altura, más o menos. La lluvia se derramaba sobre su piel escamosa y curtida, brillando en el resplandor azul eléctrico del relámpago. Se arrastró a la playa con sus cinco enormes tentáculos, cada uno sacudiendo la tierra mientras golpeaban el suelo. Un tallo parecido al de una hidra creció desde la base, con cinco brazos extraños que brotaban de la parte superior, cada uno con cinco dedos en forma de estrella de mar.
Lo más extraño de todo es que la criatura tenía una cabeza de reptil como la de un cocodrilo, con una boca larga llena de dientes brillantes y un arco de cinco ojos amarillos a lo largo de su cráneo. Cuando rugió, el sonido se elevó sobre el trueno sin esfuerzo.
—Abran un Sendero a Fata Morgana —ordenó el Rey, alejándose de la ventana tan calmadamente como pudo.
—¿Su Majestad?
—Abran un Sendero a Fata Morgana, ¡Estamos evacuando! —Ordenó el Rey. Antes de que alguien pudiera cuestionar la orden, el palacio fue golpeado por una explosión devastadora del aliento de fuego hechizado del monstruo, reduciéndolo a escombros en un instante.
La lluvia fría en su rostro fue suficiente para revivir al Rey por un breve y último momento. Estaba atrapado bajo un montón de escombros, sin ninguna esperanza de liberarse. Ni siquiera podía pedir ayuda, e incluso si pudiera, era poco probable que hubiera alguien vivo los suficientemente cerca como para escucharlo, especialmente sobre la cacofonía del desastre en curso.
Mientras sus pulmones se llenaban de su propia sangre, pudo ver al monstruo que se alzaba sobre él, su monstruoso rugido retumbaba en el mármol donde estaba enterrado. No estaba satisfecho con su palacio. Se había tornado contra su gloriosa ciudad, la ciudad que había pasado toda su vida enriqueciendo. Las torres que habían crecido durante su reinado fueron derribadas en minutos, derribadas por el alboroto de la criatura insensible.
La bestia chilló de dolor mientras misiles y rayos de poderosa magia golpeaban contra su piel. En medio del caos, el Rey Airgetlám pudo discernir que los Quemalibros habían atacado a la bestia, pero eso no le trajo ningún consuelo.
Cuando el ataque hubiera terminado, no quedaría nada. Hy-Brasil nunca se recuperaría. Todo lo que él, su padre, su abuelo, su bisabuelo y toda su gente habían construido, ahora estaba en ruinas. Este fue el final de un hermoso y mágico país de las hadas y como muchas otros países de las hadas antes de él, perecería en un solo día de catástrofe absoluta. Airgetlám no sabía si sus políticas habían provocado la desaparición de Hy-Brasil o no, pero al final, no importaba. La fortuna había sido amable con su tierra durante siglos, y ahora el Infortunio había decidido compensar su larga ausencia en un sólo instante, asegurando que su Tierra Bendita nunca volvería a ser bendecida.
Estos fueron los pensamientos finales del Rey Airgetlám cuando cerró los ojos por última vez, en esa noche oscura y tormentosa.