-No es justo- Piensa ella, distraída, embarcada en maquinaciones obtusas, ambiguas, impropias de una mujer de su calibre, de una colaboradora de su tonelaje. Da una calada al cigarrillo mentolado que precariamente se sostiene entre sus escuálidos dedos; deja escapar el humo con parsimonia, no le importan los códigos de seguridad al respecto, mucho menos el letrero atorrante que uno de sus asistentes le colocó, referente a los peligros de embarcarse en los vicios del tabaco; de todas maneras, no menos prohibidos son los pensamientos que, cruzando su mente, pretenden adjudicarse el galante título de “hechos”, de “acciones”.
-¿Por qué hacemos esto?- Se pregunta, abstraída, con la mirada perdida en el blindado cristal que le separaba de la exótica criatura; esta vagaba, como un perro acorralado por la desidia y el aburrimiento. En el suelo, en descomposición, el cadáver reposaba palpitante, un sanguinolento desastre de músculo desgarrado y piel descuartizada, el resto hinchado, el volumen del cuerpo exponencialmente multiplicado por la prole de aquella bizarra criatura que, para Santana, no era más que una incomprendida. Una madre soltera en un mundo hostil, no quería otra cosa que el bienestar para sus crías. Sin embargo allí estaba ella, acorralada, esperando a que La Fundación, aquellos demonios de rostros planos y luces brillantes le arrojaran somníferos gases como coartada para llevarse indemnes el resultado de su progenie.
-Tanta crueldad, tanta barbarie ¿Para qué? ¿Somos acaso mejores que ellos?- Filosofaba, maquinaba en su mente mientras daba vueltas nerviosamente la credencial que rezaba “Dra. Marie Santana” y que le adjudicaba el elevadísimo honor de ser la principal instigadora de las injurias contra aquella criatura, que aún deambulaba en su jaula, como todos los días desde hace incontables años. Su mano contra el blindado cristal, pálida y gélida, efecto del frío y controlado ambiente. Buscaba el contacto visual con la criatura sin ojos, como quien busca algo que no sabe a ciencia cierta si se le ha perdido. Como quien no quiere la cosa. Como quien no sabe lo que le deparan los minutos más próximos de ese misterio entrañable que solemos llamar destino.
-Tengo que hacer algo, no puedo permitirlo. No saldré impune de estos crímenes, debo redimir esta aberración- Se repetía, convicta, conversa; convencida sin mayor remedio. Tecleó con decisión, con la rapidez de una experta, accionando una secuencia que, minutos después, cuando ella estuviera lista y ataviada con las adecuadas protecciones, dispararía los gases noqueadores que terminarían por dejar fuera de combate a la poco agraciada criatura de piel suave y acanelada, la cual se precipitaría al suelo tras emitir unos gruñidos somnolientos. Con los riesgos reducidos y su moral en alto, la mujer entró a la cámara de contención arrastrando con ella una camilla en la cual, tras un laborioso procedimiento, colocó el cadáver infestado de la progenie de 023.
-Esto va a costarme el cargo, incluso la vida. Pero no puedo continuar neutral en éste asunto, demasiado grande es la injusticia, demasiado entramada la mentira; el mundo debe conocer la verdad, estas desdichadas criaturas deben ser libres- Maquinaba, se convencía a sí misma, su sentido común buscaba desesperadamente hacerla desistir de aquellos esfuerzos sostenidos de martirizarse, pero nada parecía sacarla de su decisión; ni los nervios que le hacían temblar el pulso, ni el estrés que le tensaba cada músculo, ni la premura que hacía que gotas de frío sudor le recorrieran la espalda desnuda tras la bata de laboratorio y la blusa, tampoco el pánico que le hacía vibrar las rodillas y mucho menos la adrenalina que aumentaba el ritmo tortuoso de su corazón desbocado a la aventura, que según su capacidad de permanecer desapercibida, se convertiría en desventura con el acompañamiento musical de una estruendosa alarma de seguridad, gritos militarizados y un cuerpo de seguridad dejándola contra el suelo, restringiéndole el movimiento con un par de esposas hasta que fuera momento de escuchar la sentencia a su pecado; Nada más que un escuadrón de fusilamiento le esperaba a la doctora de ser atrapada en esta locura moralista.
-No debería ser así, es anti natural, deberíamos de dejar que las cosas siguieran su curso ¿Qué nos hemos creído como especie? ¿Jueces, testigos y verdugos de viciados procesos? El juicio a lo natural por quienes luchan contra su madre, la condena a lo que nos contraría, como los más simples de los parásitos- Avanzó sin problemas a través de las primeras etapas de su travesía; un viaje bastante largo de ascensor de vuelta a los corredores ordinarios y asépticos de Whiskey-004, el Sitio enterrado bajo kilómetros de ciudad industrializada, monumento de los marginados y moribundos. Se le notaba nerviosa, ella lo sabía; las cámaras de éste sector no podían ser desactivadas por su limitada autoridad de investigadora, estaba a la merced de La Fundación en medio de ese ahora hostil terreno. Apresuró el paso, directo hacia los almacenes de pertrechos de seguridad; área poco visitada, una vez al mes quizá para la inspección de seguridad. Más que suficiente tiempo para que las crías nacieran y crecieran, para que se despojaran de las cadenas que La Fundación, en su yugo empedernido, había cernido sobre ellas.
-Buenas noches Doctora Santana- Saludó uno de los guardias de Whiskey-004, muy sutil, muy informal, demasiado. Ella lo sabía, se había acabado, La Fundación nuevamente triunfaba. En un parpadeo, el hombre pasó de estar frente a ella con sonrisa amplia a estar sobre ella, sometiéndola con el arma y un par de esposas; ella reposaba contra el suelo, gritando, pataleando, llorando; sintió el frío de sus lágrimas en sus mejillas y quedó en silente quietud al notar que ya no había caso que seguir. Había fracasado, la habían detenido.
-¡Maldita sea! ¡023-3! Repito, 023-3. Alerta de seguridad Nivel 4- Vociferó el acompañante del guardia que sometía a Santana contra el suelo.
-Vaya Doctora ¿Tiene alguna justificación para esto?-
“Estoy muerta” Pensó ella, resignándose a su lóbrego destino.
-Lo siento Lucy- Se limitó a decir, a sabiendas que para todos fines prácticos, su vida había acabado.